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Mictlantecuhtli es denominado el dios de la muerte. Este dios reina el Mictlan, el país de los muertos. A Mictlantecuhtli se le aplacaba su furia ofrendándole pieles de personas desolladas.[1]
El dios aparece con el cuerpo cubierto con huesos humanos, y en el rostro una máscara en forma de cráneo. Su pelo es encrespado, negro y decorado con ojos estelares, puesto que habita en la región de la oscuridad completa. Contiene también unos adornos en forma de papel en forma de rosetas de las que salen conos, uno sobre la frente y otro en la nuca (ixcochtechimalli y cuechcochtechimalli), son muy característicos de su atavío; y también son muy característicos su bandera banca y doblada, el pantololli, y una como estola de papel blanco, llamada amaneapalli. Mictlantecuhtli lleva como orejera un hueso humano. Sus animales asociados son el murciélago, la araña, el búho (tecólotl), animal de mal agüero y cuyo canto nocturno se considera, todavía hoy, fatal para el que lo escucha.[2]
En los códices es representado con las mandíbulas abiertas recibiendo a los astros que caen a su centro durante el día. Sus símbolos son mizquitl, “muerte” y los animales asociados al bajo mundo son la araña, el búho y el murciélago.[3]
Mictlantecuhtli es el patrón del día “perro” en el calendario adivinatorio; domina igualmente el día mizquiztli, “muerte”, cuyo signo es un cráneo descarnado.[4]
El significado de la palabra "mictlantecuhtli", de derecha a izquierda (según marcan las reglas gramaticales del náhuatl): tecuhtli, significa "se- ñor"; -tlan, "lugar de", y mic, que es la raíz de "morir", "muerto"; por lo tanto, "Señor del lugar de los muertos".[5]
Mictlantecuhtli y el Mictlán
editarAquellos muertos que no eran elegidos por el Sol o por Tláloc van simplemente al Mictlán, que queda al norte, y ahí las almas padecen una serie de pruebas mágicas al pasar por los infiernos. [2]
El Mictlán se le conocía como la morada de la gran mayoría de los humanos fallecidos. Este espacio se encontraba en lo más profundo de los nueve pisos inferiores, situados bajo la superficie de la tierra. El Mictlán recibía también otros nombres que reflejan lo que el hombre prehispánico pensaba acerca de él. Se le designaba <<Nuestra casa común, nuestra casa común de perdernos, sitio adonde todos van, el lugar donde de algún modo hay existencia, la región de los descarnados>>. [6]
Al Mictlán iban todos los que morían de muerte natural, sin distinción de personas y sin que hubiera de tomarse en cuenta su comportamiento en la tierra. En el pensamiento de los mexicas, el destino final estaba determinado no por la conducta moral desarrollada en la vida, sino por el género de muerto con que se abandona este mundo. [6]
En la mentalidad indígena existía una serie de creencias en torno al mundo del señor de los muertos, donde abundaban los insectos y las sabandijas. El Mictlan era un obscuro lugar, morada de los cienpiés, los alacranes y las arañas, además de las aves nocturnas. En el mito que describe la creación del hombre, se menciona que Quetzalcóatl bajó al inframundo en busca de los huesos de generaciones pasadas y, al obtenerlos, Mictlantecuhtli ordenó a todos los animales de su reino de oscuridad perseguir al dios civilizador e impedirle culminar su aventura. El epílogo de este hermoso relato describe cómo Quetzalcóatl hizo una mezcla de aquellos viejos huesos con su propia sangre y así dio cuerpo y vida a la humanidad.[7]
En su concepción del universo, los mexicas, como otros pueblos, creían que éste se conformaba por trece planos superiores y por nueve inframundos con el fin de lograr el descanso definitivo. Al centro y en medio de los cuales estaba colocada la tierra.[7]
En primer lugar, para llegar al Mictlán tienen que pasar por un caudaloso río, el Chignahuapan, que es la primera prueban a la que las someten los dioses infernales. Es por esa razón que se entierra junto con el difunto el cadáver de un perro de color leonado, para que ayude a su amo a cruzar el río. El alma tiene que pasar después entre dos montañas que se juntan; en tercer lugar por una montaña de obsidiana; en cuarto lugar por donde sopla un viento helado, que corta como si llevara navajas de obsidiana. Después de eso por donde flotan las banderas; el sexto es un lugar en que se flecha; en el séptimo infierno están las fieras que comen los corazones; en el octavo se pasa por estrechos lugares entre piedras; y en el noveno y último, el Chignahumictlan, en este lugar es donde descansan o desaparecen las almas.[2]
Para ayudarlo con sus pruebas en la otra vida, se ponía con el cadáver un conjunto de amuletos que le permitían soportar las pruebas mágicas. Para el camino se le daba un jarrillo con agua, se amortajaba al difunto en cuclillas, liándolo fuertemente con mantas y papeles. Otros papeles le servían para atravesar por las sierras que se juntan, o para pasar por donde estaba una gran culebra, o donde estaba la lagartija verde llamada Xochitónal, los nueve páramos, Chicunaixtlahuaca y los nueves collados, y quemaban los atavíos que había usado el difunto durante su vida, para que no tuviera frío al cruzar por donde el viento sopla tan cortante como navaja. Le ponían en la boca una cuenta de jade, para que el sirviera de corazón y quizá para dejarla en prenda en el séptimo infierno, donde las fieras devoran los corazones de los hombres. Por último, le daban ciertos objetos valiosos, para que los entregara a Mictlantecuhtli o a Mictecacíhuatl cuando llegara al fin de la jornada. Quemaba el bulto del muerto, y guardaban las cenizas y la piedra de jade en una urna, mismas que enterraban en uno de los aposentos de la casa, y les hacían ofrendas a los ochenta días, y cada año, hasta los cuatro que duraba el viaje a ultratumba, y después ya no lo hacían más.[2]
Muchos son los dioses y diosas que poblaban las varias regiones del infierno azteca. Los más importantes son Mictlantecuhtli y Mictecacíhuatl, “el Señor y la Señora del infierno”, que habitaban el noveno o el más profundo de los lugares subterráneos, el Chicnauhmictlan. Existen otros dioses de los muertos que se nos presentan siempre en parejas, de dios y diosa, y que parece tenían imperio en los otros infiernos, menos profundos que aquel en el que señoreaban los primeros[2].
Los trece dioses celestiales que habitan en los trece cielos y los nueve señores del infierno tienen una gran importancia en el calendario, y dan su carácter fasto o nefasto a los días con los que están asociados.[2]
- REDIRECCIÓN Youtube
https://www.youtube.com/watch?v=fUooRqbtuWY
- ↑ Díaz, Triadó, et al (2010). Los Aztecas. Tikal.
- ↑ a b c d e f Caso, Alfonso (1983). El pueblo del sol. Fondo de cultura económica.
- ↑ Fernández, Adela (1995). Dioses Prehispánicos de México. Panorama.
- ↑ Sostelle, Jacques (1986). El Universo de los Aztecas. Fondo de Cultura Económica.
- ↑ López Austin, Alfredo (1960). Los Caminos de los Muertos. Instituto de Investigaciones Históricas.
- ↑ a b León-Portilla, Miguel (2005). Aztecas - Mexicas Desarrollo de una civilización originaria. Algaba ediciones.
- ↑ a b Solís, Felípe (1991). Gloria y fama mexica. Smurfit Cartón y Papel de México, SA de CV.